Comer de nuestra tierra es comer algo que nació en el mismo lugar o cerca de donde pertenecemos. Entonces, pensamos en comidas tradicionales, recordamos las fiestas, los olores y sabores heredados de nuestras familias. También identificamos productos cercanos, nativos, locales, que conforman nuestras identidades. Estas sensaciones de arraigo, de apego apoyan a nuestros campesinos y dinamizan también las economías locales a través de la producción y consumo local.
Sin embargo, el sistema alimentario mundial actualmente promueve las importaciones agrícolas a bajos precios que destruye la producción alimentaria local: el dumping, y la producción industrial de monocultivos con uso alto de fertilizantes y pesticidas.
En cambio, construimos la soberanía alimentaria cuando comemos ‘de nuestra tierra’. Fortalecemos la capacidad de los pueblos de controlar y decidir el tipo, variedad y formas de cultivo de alimentos que se producen y se consumen. También tiene relación con el derecho de los consumidores al acceso de la información sobre los alimentos que compran, su origen, la forma de producción y transformación.
Así, cuando comemos de nuestra tierra estamos apostando por nuestros campesinos, el desarrollo de las economías locales, la reproducción cultural de los pueblos y la implementación de políticas que garanticen el acceso de toda la población a alimentos sanos.